La semana pasada me invitaron a este evento en Río de Janeiro para presentar las conclusiones del trabajo que publicamos en «Shadow Libraries: Access to Knowledge in Global Higher Education». La verdad es que no sé qué tan actualizados están muchos de los datos que presentamos ahí, ya que fue una investigación que terminó en el año 2013 y recién salió publicada este año (5 años más tarde). Por eso, hice algo que por lo general no hago, que es preguntarme más bien hacia dónde está yendo todo esto, y para eso hice una presentación de diapositivas con algunos puntos, que expando acá.
Lo que el acceso abierto no es: el acceso abierto todavía tiene problemas con el licenciamiento abierto
Antes que nada, no trabajo en el campo del acceso abierto. Conozco buena parte de sus conceptos y me peleo con la otra mitad, porque salvo algunas excepciones en general el acceso abierto se entiende como «le pongo una licencia Creative Commons Atribución No Comercial y eso es acceso abierto», cuando la realidad es que ese no es el caso. No es un capricho, sino lo que se desprende de lo que Peter Suber llamó la «definición BBB» (o la definición triple B), es decir, las definiciones que emanaron de la Iniciativa de Accesso Abierto de Budapest (2002), la Declaración de Bethesda (2003) y la Declaración de Berlín (2003), donde las tres establecieron de manera bastante clara que la distribución debe ser irrestricta (y poner una cláusula «no comercial» limita eso) y además que se debe permitir la adaptación del trabajo (con lo cual, no se puede poner una licencia «sin obras derivadas». Para que sea realmente acceso abierto, el único control que debe permanecer en manos del autor es la posibilidad de recibir crédito por su trabajo. El mejor ejemplo de cómo se confunde el acceso abierto con cosas que no son acceso abierto es el propio libro de Shadow Libraries, que dice ser parte de la colección «Open Access titles» y tiene en realidad una licencia CC Atribución No Comercial, con lo cual no es acceso abierto.

La pregunta es si realmente es tan importante que estas publicaciones tengan la licencia adecuada que siga los lineamientos de la «Definición Triple B» o exigir la licencia adecuada es simplemente una cosa de puristas. En realidad, el problema fundamental es que si sigue habiendo confusiones tan importantes a la hora de colocarle la licencia correcta al material que se quiere poner en acceso abierto, se termina contribuyendo a la confusión general que el acceso abierto buscaba solucionar en primer lugar. Esto implica tanto las limitaciones que termina imponiendo la ley de derecho de autor o copyright (donde, además, la cláusula «no comercial» podrá ser interpretada de manera diferente según lo que diga la ley del país y su violación podrá tener consecuencias diferentes), como también las restricciones mismas que dificultan la distribución de este material y que el acceso abierto venía a solucionar. Y vuelvo con el ejemplo del mismo libro del que estamos hablando: si yo ahora quiero hacer una traducción al castellano y editarlo con una editorial argentina (algo razonable para un libro que tiene un capítulo sobre Argentina), tengo que ir a pedirle permiso al MIT Press para poder hacerlo. ¿Acaso las barreras lingüísticas no son un problema para la distribución científica?
El acceso abierto y las bibliotecas piratas = ¿hay amor?
A propósito, otra de las preguntas que habría que hacerse es «¿cuál es la relación entre las «shadow libraries» (o bibliotecas piratas) y el acceso abierto?». La respuesta corta se refiere más bien al carácter tormentoso de esa relación, ya que en mi experiencia en el trabajo con bibliotecas, muchas veces no se reconoce el trabajo de las bibliotecas piratas como trabajo de bibliotecas (o de archivo, para el caso), en otros casos ni siquiera se quiere hablar de ellas, y obviamente es todo «piratería». De esa forma, para qué molestarse en analizar algo que está fuera del campo de lo existente, sobre todo si la existencia de las bibliotecas piratas puede poner en riesgo la discusión sobre una futura, eventual o peregrina posibilidad de reformar el derecho de autor para generar una excepción para bibliotecas. Y entiéndase en esto que esa reforma sólo abarca a las bibliotecas «oficiales», es decir, a aquellas que son creadas como bibliotecas mediante actos administrativos que les confieren institucionalidad, más allá de la función que cumplan o más allá de que existan otros experimentos que cumplen la misma función y que en ciertos contextos la cumplen mejor.
Este malestar volvió a hacerse visible cuando en el año 2008 Aaron Swartz publicó su «Manifiesto por la Guerrilla del Acceso Abierto». Obviamente, con cierto escozor más de uno señaló que eso no era acceso abierto sino piratería. Lo cual desde la perspectiva de las definiciones es acertado, tan acertado como lo que dice la RAE sobre el genérico masculino, y sin embargo eso no nos impide pelearnos contra esa definición. Es decir, que hay que volver a remarcar que las definiciones no son un campo neutro y por lo tanto siempre estable, sino que son un campo de disputa permanente y un espacio donde se dirime poder. En este caso, el poder de quién define los límites entre lo ‘legal’ y lo ‘ilegal’ y la forma en que ciertos accesos son abiertos, legales, ilegales, permitidos o no permitidos.
El problema de esta relación tortuosa es que las bibliotecas piratas en realidad son el reverso de las bibliotecas institucionales u oficiales o como prefieran llamarlas. ¿Por qué? Porque, en primer lugar, suplen el rol que las bibliotecas institucionales no pueden cumplir, que es proveer acceso ilimitado a los libros que la gente necesita, y lo hacen, además, de una manera ubicua. Las bibliotecas institucionales tienen limitaciones físicas concretas que les impiden darle acceso a todos los materiales a todo el mundo en el momento en que lo necesitan. Estas limitaciones se profundizan con los entornos y modalidades precarias en las que a veces operan. ¿Cuáles son las opciones, entonces? ¿Aspirar a los ideales de máxima o buscar cumplir con la función que les está asignada según su misión?
En segundo lugar, y este es el punto que me interesa destacar, las bibliotecas piratas son el reverso en el sentido en que hacen parte con el sistema legal. Es decir, no es que existen las bibliotecas institucionales a las que todos acceden y después están las otras flotando en el limbo donde nadie las usa, sino más bien todo lo contrario: la gente las usa y accede a los materiales que necesita a través de ellas, y eso incluso descomprime las cargas de trabajo en las bibliotecas institucionales. Son parte del ecosistema y de las estrategias de acceso, y negarles su participación mediante el desconocimiento o la obliteración lo único que hace es agravar las condiciones en las que operan.
Quienes alguna vez leyeron a Sergio Bagú (yo no lo leí, simplemente vi alguna vez un fragmento en esta discusión), recordarán que en su libro «Tiempo, realidad social y conocimiento» formula una teoría del inframundo, analizando de qué forma el underworld participa en la economía, al punto que muchos de los negocios considerados ilegales tienen acciones perfectamente legales en emprendimientos productivos de todo tipo. En el fondo, es la misma diatriba con la que Don Vito Corleone persigue a Michael Corleone durante toda la película «El Padrino»: tenemos que meter un senador o invertir en la carrera política para hacer que los negocios de la familia Corleone sean legales.

Por cierto, odio comparar las bibliotecas piratas con las drogas o la mafia, pero lo que me gusta de estos ejemplos es que en su comparación extrema muestran justamente lo ridículo que es que algo como una biblioteca pueda ser considerado «ilegal» por la forma en que adquirió sus materiales. Y lo que es más extremo aún es que siga habiendo un punto ciego a la hora de analizar la forma en que estas bibliotecas interactúan con el ecosistema en su conjunto, porque de este tema no se habla. Sin ellas, simplemente, miles y miles de personas no podrían acceder a los materiales que necesitan a diario.
El futuro del acceso se parece a una carpeta de Google Drive
El otro punto no menos importante es que frente a todo este escenario, lo que está sucediendo cada vez más es que las formas de acceso se precarizan y quedan en manos de los intermediarios, a quienes por cierto les importa un bledo conservar ese material si llegan a recibir una queja por infracción del derecho de autor. Cada vez más este tipo de estructuras de acceso están mudando a plataformas simples de entender para los usuarios pero sobre todo a plataformas que funcionan en múltiples dispositivos. En algunos casos, porque ni siquiera cuentan con el «segundo dispositivo» que sería una computadora. El ejemplo más simple y claro: Google Drive. Armar un Google Drive para compartir archivos es la cosa más simple de hacer, es muy fácil organizar los archivos y es terriblemente fácil para el usuario entender cómo tiene que hacer para acceder al material que necesita. Más simple que eso no hay.
¿Estoy defendiendo a Google Drive? Para nada. Simplemente remarco las obviedades de por qué algo como eso funciona frente a opciones más adecuadas y sustentables según los estándares bibliotecológicos. Pero sobre todo funciona porque siendo una plataforma precaria para servir como biblioteca es la que mejor responde a las condiciones precarias en las que se está dando en este momento el acceso a los materiales.
Todo lo que no sabemos que no sabemos
El último punto que traté de abordar en la presentación es «todo lo que no sabemos que no sabemos», es decir, todas las cosas que aún ignoramos tanto sobre el acceso a bibliotecas piratas como sobre el acceso abierto.
Este año, la directora de las bibliotecas del MIT, Chris Bourg, hizo una reunión a la que le puso el título de «Grand Challenges Summit», donde intentó analizar algunos de los principales desafíos en materia de acceso abierto. ¿La conclusión? Hay un montón de cosas que no sabemos. Y hay un montón de cosas que ni siquiera sabemos que no sabemos. Hay intersecciones todavía sin explorar.
A duras penas sabemos qué leen los que leen (a eso apunta, en definitiva, el otro gran proyecto de Karaganis, el editor de Shadow Libraries: el Open Syllabus Project). ¿Cuáles son los libros más utilizados en la currícula? ¿El acceso abierto penetra en los estratos de licenciatura-tecnicaturas o es simplemente útil en los estratos de maestrías y doctorados? ¿Dónde está llegando el acceso abierto?
Y, justamente, en el ámbito de las intersecciones, me parece que uno de los fenómenos que falta analizar en la combinación entre el acceso abierto y las bibliotecas piratas se refiere a una de las preocupaciones cruciales del acceso abierto: la facilidad de ser encontrado (la «discoverability») y la preservación a largo plazo. En este artículo, Stuart Lawson argumenta que Sci-Hub y sitios por el estilo dificultan la preservación a largo plazo, etc., aunque paradójicamente es más fácil volver a encontrarse con Library Genesis y b-ok.org que con otro montón de sitios académicos a los cuales muchas veces solamente se puede acceder mediante la búsqueda específica de artículos. ¿Preservación a largo plazo? Hace por lo menos 15 años que estas bibliotecas vienen resistiendo y sirviendo a comunidades de lo más diversas, aún a pesar de su condición adversa (básicamente ser ilegales y estar en estado de persecución permanente). Ahí hay algo para explorar y repensar la comunicación académica en su totalidad.
Estos fueron algunos de los puntos que abordé durante mi presentación en Río de Janeiro. No tengo ninguna conclusión al respecto, simplemente la esperanza de que el libro de Shadow Libraries sirva para que empecemos a tener algunas discusiones más honestas intelectualmente sobre el rol que cumplen los servicios ilegales en el ecosistema del acceso (en vez de negarlas por completo como si no existieran), y que junto con esas discusiones podamos tender algunas líneas de investigación posible en el ámbito del acceso abierto.