Esta semana se anunció en varios diarios [ambito, la nación]  el acuerdo sobre «digitalización» que hicieron la Biblioteca Nacional y Microsoft. En este post voy a tratar de presentar un análisis sobre el tema, tratando de alejarme hasta donde sea posible de hacer juicios de valor sobre la decisión de la Biblioteca Nacional y tratar de pensar por qué tomaron la decisión que tomaron. [AVISO: para entender bien este post hay que entender la diferencia entre el software libre y el software privativo; si no sabés cuál es la diferencia podés empezar por este artículo de Wikipedia sobre el software libre].

Para este análisis, voy a clarificar algunos presupuestos que me parecen fundamentales:

1. La Biblioteca Nacional es, por su constitución, misión y estatuto, la institución que debe definir las políticas bibliotecológicas a nivel nacional. En este sentido, no es cualquier biblioteca aislada, sino la que tiene la potestad de, en criollo, «bajar línea» a todo el resto de las bibliotecas, pero además ese bajar línea es también ayudar a que las demás bibliotecas puedan hacer bien su trabajo. Sin embargo, la mayoría de las veces parece más bien funcionar como una biblioteca aislada.

2. No conocemos el contenido del acuerdo, solamente tenemos las declaraciones que hicieron Alberto Manguel (director) y Elsa Barber (subdirectora) a la prensa. Espero (y sería lo lógico) que en algún momento publiquen ese acuerdo, porque se trata de un tema de cierto interés público (es decir, pensamos que ahora les dieron un acuerdo por productos que según su valor de mercado valen alrededor de USD 2 millones, pero no sabemos qué pasará cuando ese acuerdo se acabe).

3. Desconocemos la forma en que está organizado el flujo de trabajo de la BN, y por ende también desconocemos dónde es que se va a estar aplicando concretamente el software de Microsoft (y es poco lo que podemos inferir a partir de las declaraciones de Manguel y Barber, aunque es posible que se trate simplemente de servidores Windows y paquete Office).

4. La Biblioteca Nacional tiene a su cargo la formación de los profesionales de la Bibliotecología, por lo tanto, las decisiones que tome desde la perspectiva del desarrollo profesional impactan positiva o negativamente sobre el perfil de los egresados.

5. La Biblioteca Nacional es una institución pública. Esto es una obviedad, pero a veces lo que nos falla cuando pensamos este tipo de cuestiones es que las instituciones no son monolíticas y por lo tanto la cadena de decisión no es siempre tan lineal como parece a primera vista. Barber y Manguel no están solos sino que tienen que negociar con sus empleados, empleados que a su vez tienen sus propias opiniones, preferencias, y sobre todo su propia formación.

6. Microsoft es una empresa privada que tiene sus prácticas comerciales, como cualquier empresa. Pueden ser mejores o peores, pero en síntesis no me parece que sean el objeto de este análisis. La Biblioteca Nacional en cambio es una institución pública y por lo tanto las decisiones que tome o deje de tomar tienen que ser sopesadas, criticadas, y si existen razones de peso para hacerlo, pueden eventualmente hasta ser judicializadas.

Aclarados estos presupuestos, me parece fundamental tratar de entender por qué se tomó esta decisión, antes que simplemente criticarla. No estoy de acuerdo con Manguel cuando dijo que “la idea es pasar a un producto más sofisticado”, implicando que el software libre es una solución provisoria y de menor calidad hasta que aparezca “lo realmente bueno”, que según Manguel sería lo privativo.

Peeeeeero, también entiendo por qué Manguel y sobre todo por qué Elsa Barber (la subdirectora) piensan lo que piensan. Hablando a calzón quitado, el software libre para la gestión bibliotecaria históricamente ha dejado muchísimo que desear. Para no irme de tema, voy a resumir punto por punto lo que me parece ha sido una relación dificultosa y compleja entre el mundo del software libre y las bibliotecas (y entiéndase que no estoy diciendo que este sea el cuadro de situación actual, sino la situación que prevaleció durante mucho tiempo):

 

  1. proyectos de implementación de software libre de gestión bibliotecológica que tardaron mil años en desarrollarse y costaron mucha plata y nunca se terminaron (algunos de estos proyectos Barber los vio desde su concepción y los vio terminar mal);
  2. software libre que requiere complejidad técnica que la mayoría de las bibliotecas no pueden o no tienen capacidad para instalar porque les exige tener servidores, programadores o desarrolladores en la biblioteca que se encarguen de la implementación y -sobre todo- del mantenimiento (Greenstone, sin ir más lejos);
  3. software libre muy útil que no tiene una interfaz gráfica amigable o que responde exactamente a los mismos parámetros que las líneas de comando (y tengo un pilón de ejemplos de esto y muchas razones para creer que «línea de comando» es un término que no todos tienen por qué entender);
  4. software libre muy bueno y muy útil que, sí, solamente corre en Linux, cuando la mayoría de las bibliotecas tiene instalado Windows (seguramente trucho, pero a quién le importa);
  5. documentación muy mala, escasa, insuficiente o en inglés;
  6. mucho discurso filosófico por parte de distintas personas del mundo del software libre -que creo interpela a las bibliotecarias- pero muy poco apoyo técnico a la hora de avanzar en la implementación, en el aprendizaje y en el acompañamiento (sacando una nueva generación de bibliotecarios que está buscando resolver esto desde las especificidades de su profesión).

 

A esto se le suman otros factores que contribuyen a las dificultades de este diálogo:

  1. el sesgo de género entre el mundo de “las bibliotecarias” y el “mundo del software libre”, donde las profesiones tecnológicas están ocupadas mayoritariamente por hombres, mientras que la bibliotecología y las ciencias de la información son carreras ocupadas predominantemente por mujeres;
  2. la urgencia y necesidad que tienen las bibliotecarias para trabajar en entornos productivos que les exigen cosas puntuales y específicas (por ejemplo, catalogar) y que les dificulta atravesar “la curva de aprendizaje” que se requiere con el software libre;
  3. los costos elevadísimos que representa contratar a buenos profesionales del mundo del software libre, contra los costos mucho más bajos de contratar a buenos profesionales del mundo del software privativo (el famoso “técnico”);
  4. el desconocimiento por parte de las bibliotecarias del concepto real de automatización que les permite el software libre (en parte, porque nadie se los explicó);
  5. el ethos del software libre del “RTFM” (Read The Fucking Manual), que no es una solución para el 80% de las personas ni el 20% de los mortales. Las bibliotecas tienen una misión hermosa, pero si lo que realmente le gusta a la bibliotecaria es hacer decoupagé y labura de bibliotecaria, ¿quién soy yo para cuestionarle que no quiera subir la curva del aprendizaje que implica lidiar con el software libre?

 

Y no hablo en abstracto de estos temas. Cuando en el 2016 hicimos la primera edición del taller de digitalización, uno de mis objetivos era mostrarles todo “en software libre”, y más o menos a la mitad del taller me di cuenta de que había veces que perdía a la mitad de la clase (conceptualmente hablando, porque esa primera camada soportó una prueba de fuego y creo que sólo tuvimos 10 bajas), simplemente porque estábamos intentando hacer que usaran un software que funcionaba espectacular en Linux pero que o no funcionaba en Windows o tenía miles de problemas en Windows (al margen de cuestiones pedagógicas propias de la experiencia, como por ejemplo resistirme a hacer diapositivas para cada clase). Al final, en el 2017 decidí cambiar radicalmente esa experiencia y solamente enseñar software -libre, sí- pero que funcionara en los dos sistemas operativos: Linux y Windows (y agregar diapositivas). Es la única manera que tengo de hacerlo, porque me encanta el espíritu del software libre pero quiero que realmente trabajen con software libre, no simplemente que se enamoren de la filosofía y que después no las pueda acompañar si deciden utilizar el software para digitalizar o migrar en algún futuro a Linux.

Podría detenerme en otras experiencias, como los talleres que estoy haciendo con la CTEP (la Coordinadora de Trabajadores de la Economía Popular), pero después de muchos años creo que los que nos sentimos parte de alguna forma del movimiento de software libre deberíamos revisar algunos de nuestros postulados principistas. Sí, yo entiendo la idea de la libertad de los usuarios, pero si no acompaño eso con un enfoque pragmático voy al muere.

Ahora, ¿es todo culpa del software libre? Ni por lejos. No me parece que el mundo del software libre sea el responsable de esta decisión. Está clarísimo que Manguel y Barber son los responsables, pero sí me parece que si no nos detenemos a pensar tres minutos y hacemos una autocrítica pausada de las cosas en las que estamos fallando (falta de respaldo técnico, brecha de género, ausencia total de pedagogía, ethos de la autonomía que atenta contra las necesidades de la gente concreta, diferencias salariales profundas y valoraciones profesionales distintas), es imposible tener esta conversación. Sobre todo porque no tenemos que conversarle a Manguel y a Barber, sino al grueso de las bibliotecas, que (¡horror!, ¡espanto!, ¡vade retro Satanás!) usan Windows. Como el 80% de la gente, por cierto.

¿Por qué, entonces, es mala esta decisión?

 

La Biblioteca Nacional es una institución rectora y tiene que dar el ejemplo

 

Como dije arriba, la Biblioteca Nacional termina bajando línea sobre lo que hace. Y acá es donde quiero mostrar un buen contra-ejemplo: la CONABIP. La Comisión Nacional de Bibliotecas Populares decidió hace muchos años atrás invertir en un software de gestión bibliotecaria para todas sus bibliotecas populares (que, para los que no lo saben, son un montón), y así invirtió en el desarrollo del Digibepé, un buen software libre, bien implementado, que usan muchas bibliotecas populares (aunque no todas). Capacitó a su red de bibliotecas y se calentó en que lo implementaran y lo utilizaran. Y además la CONABIP trabaja codo a codo con sus bibliotecas bajando fondos para que las bibliotecas populares puedan hacer el trabajo que necesitan hacer. Son fondos modestos: hoy terminé de trabajar en una biblioteca a la que le dieron 35.000 pesos para iniciar un proyecto de digitalización. Eso es menos de la mitad del sueldo de un buen devops, y con eso tienen que hacer un proyecto entero. Pero justamente ahí es donde la inversión sistemática en software libre rinde sus frutos, porque no tienen que pagar licencias y todo el software que utilizan termina siendo libre.

Y esta es la inversión estratégica que la Biblioteca Nacional decidió no hacer. El software libre es libre, no gratis. Quien debería haber invertido para llevar esos productos de supuesta “menor calidad” a productos excelentes y utilizables por todo un rango amplísimo de bibliotecas no es otra que la Biblioteca Nacional. Porque además de bajar línea sobre las políticas nacionales de bibliotecología, también tiene el poder de crear mercados a través de sus decisiones de inversión y ayudar al desarrollo de productos de buena calidad y además conseguir que esto le sirva a otras bibliotecas aparte de a la Biblioteca Nacional. En cambio, decidieron hacer un acuerdo con Microsoft para instalar un paquete de Office.

En otro plano entra el problema de la formación profesional. La formación profesional en bibliotecología y en ciencias de la información sigue sin abordar temas fundamentales como los metadatos, la forma en que funcionan los motores de búsqueda, la propiedad intelectual y el derecho de autor, la digitalización, principios básicos de informática o los datos estructurados. Hay algunos profesionales trabajando en eso -y alguna gente técnica- pero suelen fallar en combinar sus vastos conocimientos del tema con una mirada pedagógica que realmente resulte explicativa del tema (y, sobre todo, que le de un sentido en el contexto de una formación profesional, porque dar XML y RDF cuando en otra materia están enseñando a catalogar con fichas a mano es caer de Neptunia a explicar las costumbres en tu país). Y claro, la Biblioteca Nacional tiene no solamente su escuela de bibliotecarios sino también una influencia muy estrecha sobre la Licenciatura en Bibliotecología que se cursa en Filosofía y Letras de la UBA, con lo cual las dos carreras con el perfil profesional más abocado a la gestión pública tienen escasa o nula formación en temas fundamentales para la forma de recuperar y entregar la información en el siglo XXI, y en eso también entra el software libre. No hay ningún esfuerzo sistemático de formación que busque salvar esa brecha. Cursos de extensión nomás, como el que dan Patricia Avendaño, Ramiro Uviña, Cintia García y Juan Pablo Scarsi (entre otros) sobre Koha o el que damos nosotros sobre digitalización. Por cierto, algunos de ellos fueron durante muchos años representantes por el claustro estudiantil de la carrera de Bibliotecología en Filosofía y Letras y los que más se movieron en su momento para reformar el plan de estudios, y una y otra vez han tenido conversaciones con Barber por sus posturas. Es decir, a todo esto se le suman brechas generacionales que a esta altura parecen ya insalvables y en el medio queda una carrera deslucida con un montón de profesionales jóvenes que están impulsando un cambio conceptual desde el llano, muchas veces con cero apoyo y poniendo en juego sus carreras en un mercado profesional donde todos se conocen entre todos y llevarte mal con alguien puede costarte un laburo.

Por último, la Biblioteca Nacional termina haciendo con esta decisión que su sistema sea cada vez menos y menos interoperable. Ya en su momento decidieron contratar el Aleph (un software privativo) como sistema de gestión integral de bibliotecas (y lo peor es que convencieron a la Biblioteca Nacional de Maestros de hacer lo mismo). Ahora cierran este acuerdo con Microsoft. No sé qué tocará el día de mañana, pero asumo que no irá precisamente por el camino de construir un sistema de gestión de la información más interoperable y amigable con el usuario. Justamente en un momento en que cada vez más los museos, los archivos y las bibliotecas se preguntan por la necesidad de abrirse y de trabajar en red, mediante organizaciones y agregadores de contenidos como Europeana o la DPLA, elaborando incluso sus propias herramientas de gestión de derechos para museos e instituciones culturales como Rights Statements, la decisión de cerrar este acuerdo parece ir a contramano de la interoperabilidad y de la apertura.

Honestamente, no creo que esta decisión pueda revertirse, y quizás en algún punto ni siquiera creo demasiado en que deba ser “repudiada”. Tengo mis dudas sobre lo que ganaríamos con un repudio. Por supuesto, esto no quita que la decisión me parezca pésima. Me parece que es una mala apuesta y es un acuerdo como mínimo desacertado. Pero también me pregunto cuántas bibliotecas siguen viendo en la Biblioteca Nacional al faro guía que dicta las políticas en bibliotecología (me atrevo a decir que un montón), y entonces me permito el lujo de la duda sobre la forma de acercarse estratégicamente a criticar este acuerdo sin perder aliados necesarios, profesionales que desde su lugar impulsan proyectos valiosos y laburan en la cotidiana sin cuestionarse demasiado el software que usan o su origen. Ahí es donde tenemos que sentarnos a conversar.